La Biblioteca Palafoxiana, un faro de la memoria

Por Mario Galeana

Puebla, Pue.- Al hallarme frente a la Biblioteca Palafoxiana un pensamiento cruzó mi cabeza como un relámpago. Supe, con una nitidez que me pareció desoladora, que cuando las calles se despueblen, cuando la noche ya no sea la noche y no haya nadie que nombre el día ni el sonido de los pájaros, la biblioteca seguirá allí.

Será, como ahora, la memoria del mundo. El último vestigio de que alguna vez la Tierra fue poblada.

En la Biblioteca Palafoxiana hay libros más antiguos que esta ciudad. La colección de Los nueve libros de la historia, escritos por Heródoto, por ejemplo, se publicaron 58 años antes de que la Corona fundara en 1531 la virreinal Puebla de los Ángeles.

Y los nueve tomos están allí, en aquella biblioteca: susurran sus saberes desde hace siglos.

Eso funda la noción tan clara —quizá terrible, quizá fantástica— de que los seres humanos son acaso una minúscula mota de polvo frente a la historia. Y que los libros atestiguarán nuestro fin del mismo modo en que atestiguaron nuestro principio.

La Biblioteca Palafoxiana fue la primera de toda América Latina. Resguarda más de 45 mil libros que abarcan del año 1473 hasta 1821, donde se abordan 54 materias distintas escritas en catorce idiomas: desde la Teología hasta la Química, atravesando el español, el latín, el portugués y el náhuatl, por mencionar algunos.

Su origen data de 1646, después de que el obispo Juan de Palafox y Mendoza, un personaje crucial en el desarrollo de la ciudad, donó su biblioteca personal de más de 5 mil libros para la formación de seminaristas. Pero, a la postre, también se convirtió en una de las primeras bibliotecas públicas.

Sin embargo, el lugar en el que se encuentra ubicada —ubicada en el corazón de los Colegio de San Juan, donde hoy se instalan las oficinas de la Secretaría de Cultura— fue construido a partir de 1773 por instrucción del obispo Francisco Fabián y Fuero, quien ordenó también la construcción de los dos de los tres pisos de estantería fina en el que se resguardan los libros.

La biblioteca es una amplia nave coronada por una bóveda que termina en un altar dedicado a la Virgen de Trapani. A los costados, las estanterías se extienden, inasibles, y desprenden notas de cedro y otras maderas finas. Vista a la distancia, el ojo de quien la observa queda acunado por la imagen irremediablemente barroca de toda la biblioteca.

En los lomos de los libros, aunque algunos parezcan ilegibles por el paso del tiempo o ininteligibles por estar escritos en latín, se atisban secretos remotos, verdades ineludibles sobre la condición humana.

Quizá por eso, hace 15 años la Unesco la incluyó dentro del Registro de Memoria del Mundo por haber permanecido en el mismo lugar durante más de tres siglos y por la importancia de todo su acervo.

Porque la biblioteca ha sobrevivido, en todo este tiempo, guerras, sitios de ejércitos extranjeros, independencias, revoluciones y temblores. No es ocioso considerar que también nos sobreviva a nosotros mismos. Que, en un futuro remoto, seguirá siendo un faro en medio de la noche.

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